11/7/14

Yo estoy listo; salvaos vosotros.

Richard Kirkland era, con 19 años, sargento del 2º de Voluntarios de Carolina del Sur el 14 de diciembre de 1862, en Fredericksburg, Virginia; desde su posición parapetada en la base de una colina, los Confederados barrieron las diferentes oleadas atacantes de la Unión que, por brigadas, intentaban asaltar las posiciones sudistas desde terreno descubierto y totalmente desguarnecidos.

La retirada de los del Norte dejó el campo de batalla lleno de bajas; los heridos, muchos de ellos agonizantes, gritaban de dolor. Kirkland solicitó permiso para acercarse a los heridos y darles al menos algo de agua; cuando al fin se lo concedieron fue bajo la condición de que acudiera él solo y sin la protección de una bandera blanca; el sargento cargó con todas las cantimploras que pudo y salió del parapeto a la tierra de nadie.

Ilustración de M. Künstler

Al principio fue recibido por algunos disparos del enemigo, hasta que éste cayó en la cuenta de lo que Kirkland estaba haciendo: dar de beber a los heridos y proporcionarles prendas de abrigo y mantas; lo hizo durante horas, bajo la tensión de que, en un momento dado, un disparo desde cualquiera de las trincheras iniciara un fuego cruzado en el que Richard se vería atrapado.

Escultura de Felix Weldon

Kirkland luchó también en Chancellorsville y Gettysburg, tras la que fue ascendido a teniente. El 20 de septiembre de 1863, durante la batalla de Chickamauga (Georgia), él y otros dos hombres tomaron el mando de una carga; al percatarse de que habían avanzado demasiado con respecto a los hombres que pensaban que les seguían, intentaron volver y en ese momento Richard Kirkland recibió un disparo.

Sus últimas palabras fueron: "Yo estoy listo; salvaos vosotros y, por favor, decidle a mi padre que morí bien".

Hay quien dice que el asunto de las cantimploras tiene mucho de inventado; lo cierto y seguro (me la juego) es que John Kirkland quedó orgulloso de la vida, por corta que fuera, de su hijo Richard.

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